CATORCE CONCURSANTES.
DOS ASESINATOS.
UN REALITY SHOW TAN FRÍO COMO DESALMADO.
Valeria, una de las concursantes del reality show La Cárcel, aparece muerta en su celda. En medio del estupor y el caos inicial, Vera, la directora de producción, toma las riendas y piensa que, cueste lo que cueste, hay que mantener la noticia en secreto hasta que acabe el programa, un mes.
Antonio, el director del programa, y Claudia, la redactora que ha descubierto el cadáver, creen que va a ser imposible mantener el secreto, además de que éticamente les parece deleznable. Solo Alina, la ayudante de dirección, confía en el poder de Vera y la capacidad de manipular al público y llevarlo por donde los guionistas quieren.
Así, tras unos cuantos cambios de guion y varias llamadas telefónicas, dan los resultados esperados y los únicos que, con mucha discreción, se pasean por el escenario del crimen son los subinspectores de la policía Rodrigo Arrieta y Alejandro Suárez.
Repetidas visitas a las oficinas, las entrevistas al personal y la necesidad de que alguien le guíe por aquellos pasillos favorecen la relación entre el subinspector Arrieta y Alina, quienes acaban buscando excusas para sus encuentros.
Muy poco a poco, en una investigación que avanza lenta, la policía descubre pistas como que la víctima fue envenenada, que tres de los concursantes entraron en el programa porque fueron falseadas sus puntuaciones, que alguien trató de chantajear al director de contenidos y al director del programa… pero los hallazgos aportan más bien poco a la cuestión del asesinato.
Y de repente, aparece un segundo concursante muerto. No puede ser una casualidad, porque el informe médico dice que lo han envenenado con la misma sustancia que a Valeria.
Una flor que alguien deja en el armario del concursante muerto se convierte en la única pista para que el subinspector Arrieta pueda desenmascarar al asesino.