2018 |
Cristobal Castaño lo tenía todo. Un conglomerado de empresas que le generaban siete ceros en su cuenta corriente. Una mansión preciosa. La esposa perfecta, a la cual ha deseado desde que iba al instituto. Buenas dosis de sexo en pareja… ¿Perdón?
Verónica Carrera no compartía la cama con él, durmiendo y viviendo en el otro lado de la mansión. Aquel frío papel firmado en la caja fuerte era lo único que les mantenía juntos. Él había conseguido lo que quería, a la esposa de sus sueños, y ella el dinero para pagar las deudas que su aciago padre dejó a la familia.
Pero Verónica rechazaba la mirada de su esposo. Su conducta de príncipe chulo y encantador, su manía de hacer pesas sin camiseta mientras ella hacía yoga, su actitud tranquila y condescendiente cuando le recordaba a Verónica que no tener sexo era “una lástima”.
Pero su conducta de chico malo no engañaba a Verónica. Sus dormitorios, enfrentados con un jardín en medio, revelaban la verdad. Se podía ver perfectamente, a través de la ventana, cómo él se pegaba al cristal mientras ella se cambiaba de ropa antes de ir a dormir, anhelante.
Si él decidía salir de la ducha desnudo, ella haría lo mismo de la piscina. Si él hacía la cena, ella se comería los dos platos. Si ella lo ignoraba, él quitaría el pestillo de la puerta.
Él estaba dispuesto a ponerla a sus pies. A estar dentro de ella.
Y ella a mantenerse firme, y no dejar que ninguna de sus artimañas calase.
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