Sus manos tocaban como si fuéramos viejos amantes.
Sus ojos guardaban secretos de un pasado que nunca había conocido.
Estaba perdida, sabes.
Perdidas como las flores que crecían en el prado.
El diablo me dijo que me conocía.
Pero las mentiras tenían una forma de desenmarañarse, incluso si no queríamos que lo hicieran.
El diablo tenía un truco, porque su amor estaba lleno de ácido. Ácido que ardía con cada toque, con cada remanente, y dejé que me quemara hasta la médula.
Un diablo te hacía pecar. Y mi diablo era el peor.
Pero ahora ese diablo quería mi último beso, y no era uno que estaba dispuesta a dar.
Podría tomar el ácido y dejar la quemadura atrás.
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