Dicen que lo malo no es tropezar varias veces con la misma piedra, sino encariñarse con ella.
La mía tenía nombre, apellido y una profesión que debería estar prohibida para un hombre como él: Mino Ulloa, ginecólogo, sieso y desintegrador de bragas profesional.
Su afición a las «manualidades nocturnas» lo llevó a enamorarse de alguien a quien no había visto nunca: mi cuñada.
Un intercambio de identidades en el pasado, un despido muy procedente y un ex al que era mejor olvidar me llevaron a hacerme una promesa:
«No iba a caer en la tentación ni a empujones».
Por cierto, me llamo Lucía, soy enfermera titulada y la tostada siempre se me cae por el lado de la mantequilla.
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